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Educación superior se está midiendo con los mínimos de calidad

Educación superior se está midiendo con los mínimos de calidad

Uno de los grandes problemas del sistema de educación superior es que la calidad se mide desde un único rasero: la formación exclusiva de profesionales, concepto que proviene del siglo XIX y que desecha de tajo la diversidad educativa en el país. Así lo afirma el profesor Ángel Humberto Facundo Díaz, investigador del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional de Colombia.

Bogotá D.C. 21 de marzo de 2019 (Secretaría General – Grupo Asesor Institucional sobre el Sistema de Educación Superior Universidad Nacional de Colombia).

¿Cómo se vigila la calidad de la educación superior en el país? Básicamente a través de dos pasos. El primero: cuando una institución solicita el registro calificado al Ministerio de Educación para poner en marcha nuevos programas académicos y se verifica que cumple los requisitos básicos. El segundo: por medio de los sistemas de autoevaluación de alta calidad, de carácter voluntario. El problema es que son dos gestiones desarticuladas y que funcionan a medias en la actualidad.

Así lo percibe el profesor Ángel Humberto Facundo Díaz, investigador del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional de Colombia, quien considera que el mal entendimiento de la autonomía universitaria ha llevado a que muchos establecimientos aprovechen sus libertades para enfocarse en el ánimo de lucro, en detrimento de su misión que es ofrecer educación de calidad.

El académico indica que el año pasado el Viceministerio de Educación Superior, en cabeza de la profesora Natalia Ruiz Rodgers, convocó a expertos del sector para determinar cómo integrar los dos sistemas de mejor manera. Uno de los consensos fue que existen varias tipologías de instituciones y, por tanto, no se puede tener un único concepto de calidad; no es lo mismo evaluar a la Universidad Nacional de Colombia o a los Andes que a otras centradas solo en la profesionalización o a aquellas que funcionan en las regiones. Por otro lado, se coincidió en que la calidad es un continuo que se construye día a día y no cada siete años, como sucede hoy, para solo cumplir un requisito legal.

“Lo grave es que se están renovando los permisos con estándares mínimos; por eso, hoy la pregunta es cómo acrecentar la calidad sin reformar la Ley, pero conservando las particularidades de cada nivel del sistema. Además, cómo exigir mejores indicadores al renovar el registro calificado, para que el objetivo no se centre en  solo poder operar por siete años más. A lo que toda institución debería aspirar es a ser acreditada, independiente si son fundaciones, politécnicos, universidades de profesionalización o de investigación”, sostiene el profesor Facundo.

Si se lograran resolver esas cuestiones, el panorama de la educación superior mejoraría respecto a lo que ha prevalecido en las últimas dos décadas: la proliferación de instituciones sin mayor control gubernamental (la mayoría privadas) y con patrones de calidad deficientes. De ahí que, por ejemplo, en el 2015 de los 287 establecimientos reconocidos por el Ministerio de Educación, solo 39 contaban con acreditación de alta calidad (13,6 %), casi todas universidades académicas. En el 2018 fueron 50, aún pocas frente al total.

Respecto a la autoevaluación, el profesor Facundo explica que desde que se creó el Sistema de Acreditación de Alta Calidad han sido pocas las Instituciones de Educación Superior (IES) que se han sometido al proceso, debido al carácter voluntario. Añade que muchas prefieren las auditorias exteriores porque pueden contratar expertos en moldear los informes a los requerimientos del Ministerio y en atender a los evaluadores externos. ¿Por qué lo hacen?, porque la autoevaluación exige un compromiso de otro nivel, un cambio real, desde adentro.

“Nadie cambia por recomendaciones de otros, sino por decisión propia y esa es una gran falla del sistema, no exigir autoevaluaciones que, posteriormente, puedan ser verificadas. Además, estas deben solicitarse no solo a unas pocas instituciones privilegiadas en las grandes ciudades, sino también a las de las regiones, porque los territorios necesitan recurso humano calificado y líderes de las transformaciones en lo local”, enfatiza el experto del CID.

Y ¿por qué redefinir la calidad?

Como está hoy establecido el sistema de calidad de la educación superior en Colombia, pareciese que este es un aparato estático, que no necesita renovarse continuamente, manifiesta el profesor Ángel Facundo. Pero recuerda que desde el inicio de la escuela, en el siglo octavo, el concepto de calidad ha evolucionado según la ideología y la base tecnológica del momento. “Es vital tener esa perspectiva histórica para entender el porqué del actual esquema educativo colombiano”, dice.

En consecuencia, describe que fue el filósofo alemán Immanuel Kant quien impulsó cambios radicales en la educación cuando en el siglo XVIII criticó la forma como se impartían las clases hasta ese momento: a través de la conferencia, que consistía en leer y dictar a otros para que copiaran, una práctica que se hacía desde el inicio de la universidad en el siglo XI. También objetó la importancia que se le daba a la Teología, la Medicina y el Derecho –consideradas las facultades mayores– como depositarias exclusivas del conocimiento. Así mismo, cuestionó la formación impartida por las instituciones monacales (desde los monasterios) y catedralicias (desde las catedrales) centrada en formar funcionarios para el Estado o sacerdotes para la iglesia.

En la obra La disputa de las facultades, Kant revolucionó el concepto de calidad educativa al plantear que la Teología, la Medicina y el Derecho no se sustentaban en la racionalidad sino en la presunción y subjetividad, puesto que la primera se centraba en la interpretación de la biblia; la segunda, en el vademécum y la tradición, y el tercero, en los intereses de quienes hacían las leyes. A cambio, destacó el papel de la Filosofía (catalogada entonces como la facultad menor), porque sí se basaba en la razón y la evidencia.

“De la Filosofía se desprendieron las ciencias que hoy conocemos; por ejemplo, de la Cosmología, que era una materia para el análisis racional del mundo, se decantó la Astronomía, la Física y la Biología modernas, etc. De otra parte, Kant también expuso que la difusión del conocimiento ya no se basaba en la lectura de textos para que otros transcribieran, sino en la exploración que cada persona hacía a partir de la lectura de los libros, de la confrontación intelectual y de la profundización de los temas. Fue entonces cuando los profesores pasaron de leer a entregar bibliografía para que los alumnos buscaran por su cuenta en las bibliotecas. Esto impulsó la innovación en muchos aspectos de la sociedad”, explica el investigador del CID.

La transformación que promovió Kant dio paso después al establecimiento de tres modelos europeos de educación: el francés (basado en los politécnicos para formar a los funcionarios de los nuevos Estados nacionales), el alemán (enfocado en la investigación) y el inglés (cimentado en los dos anteriores). El profesor Facundo resalta que en el siglo XIX Colombia copió el paradigma francés  y lo reprodujo hasta los años sesenta, a pesar de que en el resto del mundo la calidad de la educación había sufrido otras transformaciones.

En nuestro contexto, el cambio que sufrió la educación fue que el Estado privilegió la mayor constitución de universidades privadas que públicas, pero continuó la huella del modelo francés del siglo XIX: la formación de profesionales sobre la de técnicos e investigadores. “Aquí las instituciones aún están incrustadas en una mentalidad arcaica del siglo antepasado, cuando se creía que todos debíamos estar estandarizados y homogéneos. La realidad es otra y por eso la importancia de imponer otros tipos de calidad en la educación”, concluye el profesor Facundo.